Hay lugares que parecen de otro tiempo. Lugares encapsulados. Siguen su curso al margen del mundo que les rodea. Quedan reservados de la influencia humana. No se dejan ver. Se ocultan magistralmente y hacen su vida en privado siglo tras siglo, milenio tras milenio. Evolucionan, pero lo hacen en secreto. Se esconden.
Al entrar en ese espacio misterioso se observa que el paisaje que parece congelado e inmóvil, en realidad, se transforma. Las raíces del haya se van desnudando al perder lentamente el sustrato que las cubre. Las rocas se desprenden de la peña caliza y alimentan el fondo del barranco. Nuevos árboles junto a otros que murieron. Lascas formando caprichos en cuevas bajo la roca madre. Volúmenes y grietas, musgo y líquenes, helechos, arces, pinos, abetos... todos creciendo, todos muriendo. La cascada pariendo al barranco treinta metros más abajo.
Es el interior de la Peña del Rey. Si alguien entra en él sentirá respeto. Procurará el silencio. Contemplará una escena un tanto irreal y fantástica. Descubrirá una postal del jurásico.